top of page

era una sala de espera muy grande

Viene desde hace mucho tiempo atrás, pero fui consciente (se platicó, hubo un tratamiento, y tal…) hace casi siete años. Sí: hace siete años me dio mi primer ataque de pánico. Aunque, cuando lo pienso, creo que desde chiquita tenía síntomas. A diferencia de ahora, que nadie me para la boca, era una niña muy tímida, no quería hablar con nadie; metía mis manos debajo de la playera y sentía tensión todo el tiempo. Vivía escondida en mí, sin querer dejar entrar a nadie, en un estado de nervios constante.

     Creo que era muy normal por la casa en la que crecí. Fue una casa con mucha violencia, con un papá que gritaba todo el día. Mi papá es neurótico diagnosticado, o sea, de ir a “neuróticos anónimos” y tal. Ésa ha sido su única "terapia", porque nunca ha hecho algo para tratar realmente su condición. En mi familia, al menos del lado paterno, permanece este estigma: ¿qué vas a ir a hacer a un psicólogo?, ¿qué le vas a estar platicando a alguien que ni conoce tus problemas? Siendo completamente extraño, porque hay un historial familiar de salud mental que me parece súper delicado. De siete hermanos, sólo una está, digamos, más “estable”. Otra tiene bipolaridad diagnosticada. Todos los demás toman, mínimo, un Clonazepam para dormir. Pero allí es un estigma hablar de eso, aunque a todos les caería rebién una sesión de terapia. 

 

¿Y en tu familia nuclear?

 

Mi mamá no tanto, pero ella no tenía voz en casa, ¿sabes? La voz más presente era la de mi papá. Siempre había gritos, golpes. No a mí, ni a mi mamá, ni a mi hermano, sino a la pared o a objetos. Eran escenas de romper las cortinas del coraje.
     Después mis papás se separaron. Fue un divorcio espantoso: gritos, peleas, y yo, siendo la hija mayor, estuve mediando todo. Estuve mediando tanto entre mamá y papá, como entre papás y hermano. Cuando mis papás se peleaban, yo dormía con mi mamá y mi papá se iba a mi cuarto. Es decir, físicamente intercambié espacio con mi él según circunstancias ajenas a mí. En términos de mi psicólogo, soy la hija parentizada, porque tengo funciones de cabeza de familia. Cada vez que mi mamá cae en depresión, todos me voltean a ver a mí como diciendo "¿qué hacemos?", y es como "pues soy su hija, no su doctora. O sea, ¡no sé, cabrón!". El novio de mi mamá me ha llegado a hablar por teléfono para decirme: “si no haces algo por tu mamá, se va a morir". ¿Tú te imaginas ese peso sobre una niña de veinticinco años? Yo siempre estuve en el ojo del huracán. Todo el tiempo. 

 

¿Qué edad tenías cuando se separaron?

 

Como nueve o diez años. Primero mi papá se salió de la casa. Era obvio que mi mamá se iba a quedar con nosotros porque, para acabarla de chingar, mi papá es abogado y trabaja todo el día. Pero como es tan machista (muy, muy, muy machista) un día regresó y le dijo a mi mamá: "ésta es mi casa: si quieres vivir aquí, es conmigo. Si no quieres vivir conmigo, ahí está la puerta". Y nos fuimos a casa de mi abuela, que es un ángel gigantesco.
     Ella siempre nos recibió, y nos salvó, literalmente. Pero a partir de ahí  mi crecimiento se vio muy obstaculizado. Primero tuvimos una recámara con dos camas individuales para los tres (mi mamá, mi hermano y yo). Eso por dos años. Luego, aparte, ahí vivía mi tía, entonces era como la casa de los Locos Adams. Parecía una comuna jipi. Después mi tía se fue y tuvimos cada uno un cuarto por un tiempo. Luego regresó, porque no le salió bien la movida, y yo ya tenía como quince años. Acabé compartiendo cuarto con mi mamá toda mi adolescencia. En ese momento no me importó mucho, porque siempre me he llevado chido con mi mamá, pero tampoco creo que eso haya sido muy sano.
     Hasta que cumplí diecinueve y me salí de “mi casa”. Me fui a Playa del Carmen. Ahí empecé a conocerme y a “excavar” un poquito más.

 

¿Te fuiste a trabajar?

 

Primero me fui un verano. Mi mejor amiga vivía allá y me fui a disfrutar. Luego regresé a la universidad en el DF, y a medio semestre me salí. ¿Pues qué hago en lo que empiezo el siguiente semestre? Pues a Playa otra vez. Estuve allá unos meses, dizque trabajando. En realidad la pasaba chido y ya, pero fue justo el primer periodo “largo” viviendo “sola”. Precisamente en Playa tuve mi primer ataque de pánico, que yo recuerde.
     Fue en mi cumpleaños número veinte, en la peda. Me sudaba todo, me dio taquicardia… Fue horrible. Y todo sin saber qué era. Ahora sigue siendo horrible, pero mínimo entiendo lo que me está pasando. En ese momento, no. Aparte, ¡borracha! Yo creí que me habían drogado. Pero se me pasó y después no le presté atención. Lo dejé pasar.


¿Hablaste en tu casa de lo que pasó?

No. Porque, te digo, no le presté tanta atención.

Sí, pensaste "estaba peda, me pusieron algo..."

 

Exacto. O “el alcohol me pegó culero” (la clásica de "estaba adulterado"). No lo relacioné con algo más.
     Una vez en el DF me asaltaron y me dio otro ataque ahí, pero tampoco le di importancia. Hasta en el MP me dijeron "¿quieres ayuda psicológica? Es gratuita en caso de asalto". Me acuerdo que me reí cuando me ofrecieron eso. Pero después de eso empecé con síntomas yendo en el coche sola: me daba taquicardia si se acercaban a limpiar el parabrisas en el semáforo, o me empezaban a sudar las manos, o sudaba frío.

     Al poco tiempo del ataque en Playa, me vine a Puebla, y aquí volví a sentir esos síntomas. Ahí fue cuando explotó la bomba bien sabroso. Mi primer año en Puebla fue el peor de todos. Empecé a tomar muchísimo. Eso: mi relación con el alcohol ha sido... un elemento raro en mi relación con la ansiedad. Me volví loca en Cholula, a pesar de que yo empecé a salir a antros desde los catorce (fui la típica amiga precoz y desmadrosa en la que las mamás no confiaban). Y de pronto hubo un cambio que relaciono con Puebla, cuando el alcohol me pegaba distinto: crudas morales horribles, ansiedad espantosa. Empecé a dejar de tomar porque “no quería sentirme así mañana".

 

Pero dices que te daba muchísima ansiedad: ¿ya reconocías eso?

 

Al principio no. Era “cruda moral”, y ya está. Le fui poniendo otros nombres. Pero empezaron a presentarse los síntomas de ansiedad más seguido, y me preocupé. A veces había motivos, a veces no. Me empecé a sentir cada vez peor y hablé con mi mamá. Yo estaba un poco negada a tratarme porque mi papá era adicto al Rivotril, ¡pero adicto en serio!

Automedicado, evidentemente.

 

Evidentemente. Y luego mi mamá, después del divorcio, ha vivido toda su vida así, en un subibajas de depresiones, de crisis, etcétera. Entonces también tuvo sus períodos de vivir dopada de antidepresivos (ella sí, con tratamiento psiquiátrico).
     Mis roomies empezaron a detectar cuando venía un ataque, sobre todo en las manos. Por ejemplo, si te fijas, no he dejado de hacer algo con las manos: o la pinza, o el anillo… Eso a veces me avisa que "ahí viene”. Entonces me distraían, o me platicaban para buscar con qué ayudarme; me agarraban las manos y me veían a los ojos para centrarme. Éramos cinco, muy cercanas todas, y todas vivieron el proceso conmigo. Eso fue una suerte.
     Hablé con mi mamá y, de ahí, al psiquiatra. (Ya había ido a un par de terapias porque, ya sabes, “hija de padres divorciados: psicólogo”. Pero, o yo no lo abordé, o mis papás y el psicólogo no lo abordaron correctamente). Era el psiquiatra al que yo la acompañé mil veces. Era una sala de espera muy grande. Me acuerdo muy bien, de adolescente, estar en ese sillón haciendo la tarea en lo que mi mamá salía de su consulta. Notar que ahora ella se quedaba en la sala y yo entraba al consultorio, fue como fuck, ¿qué está pasando? Fue duro ver los papeles invertidos. 
     Ese día el doctor me mandó ansiolíticos y antidepresivos. Tres dosis al día de uno, y una de otro: un coctelazo divino. Tenía veinte o veintiún años. 

 

Pero ¿qué te dijo? ¿Cuál fue su diagnóstico?

 

Que tenía ansiedad. Ahí fue cuando apareció un nombre para lo que me pasaba: tienes ansiedad; tienes muchos asuntos de tu pasado no resueltos, sobre todo respecto al tema "papá", y por eso mis relaciones con hombres siempre fueron relativamente tóxicas, unas más que otras. Te estás relacionando de esta forma porque creciste con un concepto de pareja jodido. La idea era, primero, estabilizarme con el medicamento, para después trabajar el resto. Ahorita te puedo preguntar, hacer y decir, pero estás volada. Eso me dijo.

 

¿Para ti fue un alivio que te dijeran "tienes ansiedad y te vamos a dar esto y esto"?

 

Por un lado, sí, pero, por el otro, no fue fácil ver en mí lo que tantos años vi en mis papás. Eso me pudo muchísimo.

 

¿Te era difícil nombrarlo? ¿Llegaste a dudar decir "voy al psiquiatra"?

 

No. Era más bien un miedo a sufrir lo que veía que mis papás habían sufrido tanto. Vivía un poco negada a tomar medicinas porque no quería hacerme adicta, como mi papá. Pero mi mamá siempre me decía "a ver, si te sientes mal y hay una pastilla para que te sientas bien, ¿por qué no te la quieres tomar? Es como si te duele la cabeza y te tomas una aspirina. Es lo mismo”. También me sirvió mucho estar medicada "hasta las nalgas", porque no podía tomar alcohol. Fue un detox. Salía a la peda con mis cuates, sin tomar. Me empecé a sentir bien. Sentía que estaba sanando.

 

¿Cuánto tiempo tomaste ese tratamiento?

 

Poquito, como tres meses. En una clase de periodismo escribí lo que sentía cuando me tomaba uno de los medicamentos: lo que sentía cuando tenía un ataque de pánico y lo que sentía cuando, en pleno ataque, me tomaba "las gotitas". Describí esa transición de temblar y perder el control físico de todo mi cuerpo, a tomarme algo y sentir alivio. No quería tomar eso mucho tiempo porque luego ya no lo sueltas. Fuimos reduciendo las dosis gradualmente, pero a la fecha lo tengo en mi buró para emergencias. 
     En esa etapa conocí a mi ex, justo cuando dejé de tomar ese medicamento. Obviamente me empecé a sentir súper bien estando en esta etapa de enamoramiento que, quieras o no, sigue generando químicos que te estaba dando la chingadera esa. Y un día mi mamá me preguntó si ya te había tomado mi “happy pill", y ¡madres! ¡las pastillas! Te digo, los químicos los estás generando de otra manera, entonces me sentía bien, sin necesidad de una pastilla. Años después, supe que eso fue muy dañino para mí: que este güey haya sido la happy pill, es decir, suelto esto porque ahora estás tú. 
     Poco a poco me fui dando chance de ir “rascándole”, ir entendiendo de dónde venía todo. En mi familia son expertos en voltear hacia el otro lado e ignorar cosas, entonces eso fue un reto: fue una lucha que me eché yo sola, siempre.

 

Pero entonces ¿con tu mamá fuiste al psiquiatra porque tú se lo pediste?

Sí, le dije "ya necesito ayuda". Y sí, mi mamá me ha ayudado, pero hasta donde yo le pido, ¿me explico? Nunca ha habido iniciativa. Te digo, mis roomies me ayudaron mucho, mi ex en su momento me ayudó mucho, pero finalmente era yo contra mis demonios. 
     He intentado todo lo que se te pueda ocurrir: meditaciones, yoga, aromaterapia y, finalmente, sí, lo que más me ha ayudado es la terapia de distintos tipos, pero también creo que he tenido ganas de sanar y de entender de dónde viene, he tenido mucha disposición. Nunca he llegado a rendirme por no saber ni por dónde. Siempre hay algo que me sigue centrando y me sigue moviendo para buscar por dónde.
     Con el último psicólogo al que fui, con quien todavía voy de repente, fue con quien hablé de todas las cosas que tenía guardadas. Yo sé perfectamente qué episodio empezó a desatar tantas cosas en mi primer año en Puebla. Es decir, lo sabía, pero de tanto querer negarlo, no lo veía.

 

Sí, lo entierras, de cierta forma.

 

Lo empujas para atrás con una facilidad…
     Entonces, en esa terapia, no sé cómo me abordó ese güey que me sacó todo. Y con él fue con el que hablé por primera vez de muchas cosas sobre mis papás; con él fue con quien hablé por primera vez del episodio de abuso sexual que sufrí en Puebla.
     Yo salía con un vato, fuimos a casa de un amigo suyo, y entre tres me drogaron. No recuerdo nada, hasta despertarme al día siguiente llena de moretones. No tengo una puta idea de qué pasó, pero no hace falta ser un genio para descubrirlo. Claro que a partir de ahí se empezó a magnificar todo, pero estaba tan escondido, que ni cómo trabajarlo, ni cómo platicarlo, ni cómo nada. Me tardé cinco años en hablar.

 

En esos cinco años, ¿qué hiciste con eso?

 

Mi mamá sí sabía. A mi mamá le había dicho alguna vez, llorando en un ataque de ansiedad, "creo que me violaron", pero no me llevó a terapia. Es a lo que me refiero. Me dijo "agradece que no te acuerdas de nada". Y hasta ahí llegó. Nunca me volvió a sacar el tema. A mi ex también se lo intenté decir. No sé de qué manera lo dije, pero su reacción fue algo así como "qué cabrón". Y ahí quedaba. Fueron los únicos momentos en los que tuve el valor de hablar de eso y no le dieron importancia. Entonces lo minimicé todavía más.
     Lo que más miedo me daba era pensar... es decir, según mi cabeza, tenía sida. Veía una película en donde alguien tenía sida, y venía la taquicardia. No era algo que tuviera presente las veinticuatro horas del día, pero si salía el tema… El psicólogo me dijo que tenía que irme a hacer análisis, primero, porque era lo responsable teniendo una vida sexual activa y, segundo, porque me iba a liberar. Ese día llegué a mi casa berreando, y mi mamá me preguntó qué me pasaba. "Hablé de esto con el psicólogo y necesito ir mañana a hacerme análisis de todo”, le dije. "Te voy a decir algo que tal vez te va a lastimar mucho, pero, a la larga, creo que te puede ayudar y creo que te puede servir para saber que todo va a estar bien". Y me contó que mi papá la violaba. 
     En ese momento se me vino a la mente un día en particular. Cuando yo era chiquita y mis papás iban a cenar a casa de algún fulano, nos dejaban a mi hermano y a mí con la muchacha en casa. El noventa y ocho por ciento de las veces mi papá llegaba hasta el culo de borracho. Recuerdo el perfume que usaba mi mamá cuando se iba (me acuerdo del olor al despedirme de ella), y el hedor a alcohol de mi papá cuando regresaban. Total que un día salieron y cuando llegaron, tardísimo, me hice la dormida para que no me regañaran. Empezaron a pelear conmigo en el cuarto y el güey a fuerza quería coger. Ese día mi papá me había regalado un San Bernardo de peluche, y yo estaba abrazando el peluche mientras escuchaba todo. Ese día la violó. No tengo ninguna imagen en mis recuerdos, pero cuando mi mamá me contó eso, mi mente en chinga hizo esa relación.

 

Eso explica un poco la reacción de tu mamá ante tu caso, es decir, ella misma intentaba evadir su propia experiencia...

 

Cien por ciento. Porque para mi mamá ésa fue la primera vez que lo decía. Creo que cuando se trata de tu pareja, es todavía más difícil; quiero decir, es más fácil minimizarlo.
     Empecé a tratar ese tema en terapia hace muy poco. Y ahora, no sé, ya no lo tengo tan estigmatizado, o ya no lo tengo tan... lo puedo platicar contigo o con otras mujeres sin ningún problema, porque creo que sirve de algo saber que no eres la única, como lo hizo mi mamá ese día. No sé si fue lo mejor que yo me enterara, pero eso fue lo que quiso darme a entender: no eres la única y no estás sola. Todo va a estar bien.
     Lo cuento con esta facilidad porque, bueno, a alguien le servirá leerlo, como lo de la ansiedad. Pero al mismo tiempo es un tema que nunca he hablado, ni creo que lo haga nunca, con mi papá. Mi papá no sabe que he ido al psicólogo. Con mi hermano igual: él me ha visto en dos ataques de ansiedad y reaccionó horrible. Soltó el típico "estás loca", con esa mirada que sientes encima, juzgando. Así.

 

Desde la ignorancia...

 

Claro, porque creció viendo a mis papás. Ahora me ve a mí así y pone un escudo cabrón. Vive hermético a todo eso, como diciendo "a mí no me puede pasar". Jamás en la vida ha ido a terapia, ni creo que vaya a ir. A él no le puedes ni decir "¿cómo te sientes?", porque se para y se va. No hay forma, ni poder humano, que lo haga hablar de sus emociones.

 

Y a nivel académico/profesional, ¿de qué forma y en qué medida te ha afectado esto?

Crecí con la necesidad de ser perfecta ante los ojos del resto, de hacer todo bien y no darle ni un solo coraje a mis papás. He vivido toda mi vida bajo las expectativas de mi familia, tomando decisiones a partir de la ansiedad, a partir de las expectativas de mi papá, a partir de las expectativas de mi mamá. Siempre con el peso de mi familia encima.
     Al principio es muy fuerte porque no sabes lo que te está pasando, no lo tienes detectado, entonces ¿cómo vas a controlar algo que no sabes qué es? Ahora ya sé que la química de mi cerebro funciona distinto. Es lo que es, y ya está. Pero empiezas a observar desde este nuevo punto de vista, en el que sabes que puede ser que las cosas te afecten más, o que no reacciones como te gustaría reaccionar. Eso me ha traído muchas cosas muy buenas y otras muy malas, porque empiezas a manejar las situaciones de una forma muy distinta. Es bien difícil entender que sabiendo tu diagnóstico no se acaba nada; crees que ya sabes cómo lidiar con todo, pero no. Porque la vida te va a seguir soltando madrazos siempre. Eso no va a parar.  
     Mi ex, por ejemplo, me juzgaba un montón cuando me tomaba el medicamento en pleno ataque de ansiedad. Yo nunca pedí que lo entendiera, nomás que aceptara algo que es parte de quien soy. En un inicio fue mi mayor apoyo, y creo que su misión fue ayudarme a sanar, creo que por eso llegó a mi vida. Pero al final no entendió que era algo que nunca se iría por completo: podía pasar un año perfecta, y un día vendría de nuevo un ataque.
     Ha sido un espiral. Le vas encontrando la forma poco a poco, pero te vas metiendo en otra cada vez, y mi respuesta a muchas cosas ha sido alejarme de todo y de todos. Encontrar un camino dentro de mí misma para sanar, porque así aprendí.

bottom of page