top of page

es como ir atrás recogiendo pedazos

Mi ex padece bipolaridad. Estuvimos juntos trece años. Me mudé aquí por él. Fue muy raro. Eran tres, cuatro, cinco meses viviendo con alguien sin energía, sin ganas de nada. Al principio existía la intención de cubrir cosas de su trabajo pensando que eso iba a ayudarlo; intentar que siguiera una rutina; llegaban etapas de depresión, y todos alrededor nos poníamos a ayudarlo a terminar, a sacar al güey de la barranca. En ese entonces lo hacíamos inconscientemente.
     Siempre tuvo una personalidad muy “burbujeante” (que es por lo que a mucha gente le cae bien), pero llegó un punto en el que yo ya estaba hasta el gorro. Yo siempre daba el cien para lo que él necesitaba, pero cuando necesitaba algo, él no estaba para mí. También pensaba que era raro que de repente estuviera súper bien, y de repente súper mal. Es artista freelance: músico. Empezaba un proyecto y se entusiasmaba mucho, pero en el momento de continuar era muy difícil (y para terminarlo, ¡más!). Yo no sabía bien cómo reaccionar con eso. Algunos nos dimos cuenta de que había algo más que no le habían diagnosticado. Sentí que no podía dejarlo en ese momento. La verdad no supe cómo tratar su situación. Hice lo que creía que era mejor.a por eso.

 

Claro, como Dios te da a entender.

 

Es muy, muy pesado. Es muy difícil porque no se trata de decirle a esa persona “anímate”. Yo sé que no se trata de eso. Lo máximo que puedes hacer es escuchar, pero si la otra persona tampoco quiere hablar… Intenté hacer lo que el doctor decía: de alguna manera llevarlo “de la mano”. Vivía como mamá, enfermera, hermana y secretaria.

 

Pero, de entrada, él aceptó recibir ayuda profesional: no tuvo resistencia a la terapia.

 

Al principio. Dar con el diagnóstico toma varios años: necesitas ir a terapia, tomar medicamentos. En las primeras consultas el doctor le dijo que la terapia es para que entendiera cómo funcionan esos periodos en sí mismos, y para saber cómo manejarlos: se trata de estar consciente del cuerpo y de sus cambios. Pero él se resistía como gato en la veterinaria. Me puse a leer de la enfermedad y pensé que él iría cuando estuviera listo, que yo no lo podía obligar. Pero los periodos empezaron a empeorar, la depresión se alargaba más y nuestra relación empezó a irse como de picada. No, no “como”: empezó a irse de picada.
     Tienes que aprender a domar la bestia. Tienes que aprender a domarla en el momento en que estás súper arriba (que es súper chido para la gente que lo padece), porque si no te quemas la energía y después tienes varios meses de depresión. Viéndolo ahora, de lejos, creo que lo que él no quería era quitarse el rush de los momentos en que estaba “arriba” porque puedes hacer todo; tienes muchas ideas y ¡wow!, es un súper high. Creo que tenía miedo a perderse eso. Cuando estaba en esas etapas, todo mundo se entusiasmaba, era el alma de la fiesta. Pero yo ya no lo conocía. A mí esos momentos me daban miedo porque sabía que después de ese pico venían meses muy difíciles.     

En este punto ¿ya estaban casados?

 

Sí. Llevábamos seis años casados cuando lo diagnosticaron.

 

Y antes ¿no hubo “focos rojos”?

 

Lo que sucede es que cuando estás con un artista supones que es alguien muy “emocional”. Toda los artistas que conozco están “de ese lado”: es gente a la que le dan depresiones, desde leves hasta muy severas. Pensé que todo venía por ahí. Buscas justificarlo: si es artista, pues es “explosivo”. Pero no. Tengo muchos amigos que son artistas y terminan sus proyectos. Él nunca terminó un proyecto.
     Después del diagnóstico, cinco años después, empezó nuestro divorcio. Durante la separación los periodos de depresión parecían que se alargaban y, aunque eran todos parecidos, ya no sabía quién era él. Se me hacía tan extraño, tan externo. Hablando con gente que conocíamos desde hace muchos años fue cuando me enteré que sus amigos terminaban sus obras. 
     Hubo momentos de lucidez en los que él decía “ya no quiero estar así”. Pero supongo que es difícil escapar del ciclo en el que se está. Por ejemplo, los papás no creían (o no creen) que tuviera algo. Eso fue raro porque en general son muy abiertos, pero en lo que respecta a su hijo no fue así. Y no es algo con lo que puedas lidiar solo: necesitas que la gente alrededor de ti esté consciente. Cuando nos separamos les entregué todo. Les dije lo que decían el doctor y la terapeuta; los medicamentos que debía tomar: las horas las dosis… y fue como “ah, gracias”. Pusieron los papeles en la mesa, y listo.

 

Para ti como acompañante, pareja, incluso roomie, ¿qué fue más complicado: esta idea del rush o los “bajones”?

 

Al principio sufría más los bajones porque no entendía qué estaba pasando. Pero llegó un punto, te digo, que me empezó a dar miedo lo contrario. Me empecé a separar, empecé a tomar distancia. En fiestas algún artista hablaba de un nuevo proyecto, mi ex empezaba a entusiasmarse y, aunque tenía ya varios proyectos pendientes, a todo decía que sí. Yo pensaba “se va a venir la mierda”. Esos rush no son “auténticos”. Puede ser muy chido si estás en una fiesta, pero de alguna forma no lo son. Es como meterse cocaína, fiestear cinco días y luego entrar en un bajón de cinco semanas. A mí eso ya me daba mucho miedo. No sé si miedo es la palabra correcta: sentía respeto por esos momentos.

 

¿Y le decías algo?

Yo le decía “oye, ya no tienes veinticinco años, no puedes estar fiesteando doce horas después de trabajar todo el día”; o “tienes que descansar”, después de verlo trabajando tres días seguidos. Y se súper emputaba. Se vuelve cansado. Te sientes responsable pero llega un punto en que sabes que ya no es tu chamba. No quería dejarlo botado, pero tampoco sabía qué hacer.

 

Si él mismo no ayudaba, tú estabas más limitada.

 

El último affair fue definitivo. Yo sentí que me arrancaban, literal, un pedazo. El dolor fue muy intenso. Bajé como quince kilos.


¿Cuánto tiempo estuvieron casados?

 

Trece.

 

Órale, un montón.

 

Me mudé  a este país por él.

 

Y me dices que la mitad del matrimonio fueron esas “subidas y bajadas”.

 

Antes había, pero no me daba cuenta. Una vez hice una fiesta, me puse a cocinar durante días y le pedí que me ayudara sirviendo bebidas y atendiendo a invitados. Pues no sólo no lo hizo, sino que se subió al cuarto. Entonces, además de estar con los invitados, estuve de enfermera. Hizo drama, se salió enojado a caminar al bosque de noche, ¡soltó a nuestro loro! Al final lo encontramos, pero ahí lo vi: en ese momento me emputé, pero me di cuenta que había algo más. Después me sentí culpable porque pensaba “no lo puede evitar”. Pero, por otro lado, sí puedes tener cuidado con quienes están cerca de ti.
     Luego con el divorcio me sentí desahuciada: el proceso fue tardadísimo, hubo pleito por estupidez y media. Se puso muy infantil la cosa. Y a pesar de eso me sentí con mucha energía, empecé a tomar cursos de todo. De repente hubo tiempo para mí. De eso me di cuenta hasta después. Viéndolo ahorita, fue una bendición. Nunca lo pude ayudar

Pero en todos esos años de relación y matrimonio, ¿nunca pudo estar estable? ¿Nunca logró el equilibrio entre terapia, medicamentos? Porque existen casos de bipolaridad con un vida completamente normal.

 

No, nunca lo logró. Por ejemplo, el doctor le decía que se midiera con el alcohol, y cuando salíamos siempre eran unas cuentas de cientos de euros. Era tomar y tomar y tomar. 

 

Y está muy ligado ¿no? El tema de estos trastornos y el de las adicciones. No digo que todos los casos se acompañen de una adicción, o viceversa, sino que no es raro que se busquen otro tipo de estímulos para salir de la depresión o para aprovechar “el rush”.

 

Sí. El doctor le decía que hiciera ejercicio, y creo que hizo caso dos veces. Sé que hay algunos amigos que siguen colaborando con él porque no encuentran quién lo sustituya. Pero no ha llegado a una estabilidad. 

 

Y a pesar de las inconsistencias sigue teniendo trabajo, proyectos…


Cuando cumplió cuarenta estaba muy frustrado de que no había logrado lo que pensó que iba a lograr. Tiene muchas piezas, todas sin terminar. Según él, tiene su estudio y va a dar conciertos, pero no ha dado ninguno en ocho años, o más. Ahora trabaja de maestro en una escuela y ese trabajo exige un ritmo y una rutina.
     Antes de que empezara el divorcio, cuando salió lo del último affair, me dijo que ella le “ayudaba con sus emociones”. Suena a bullshit, pero bueno. A mí me dieron terapia porque no sabía cómo manejar esto. La terapeuta me dijo “no terminó el proceso de diagnóstico y dice muchas mentiras”. No digo que las personas con trastorno bipolar mientan, pero era su caso. Manipulaba muchísimo. Años después de divorciarnos, hablando con amigos, escuchaba cosas como “ah, yo había escuchado que pasó así”, “yo pensé que...”. A cada persona le contaba una versión distinta, adaptaba la historia según lo que esa persona quisiera escuchar. Es súper inteligente, pero es muy ¿cómo decirlo?

 

Cada quien su versión, y todas las versiones venían de él.

 

Exacto. Ahí entendí cuando la doctora le dijo “no te vamos a mandar con un terapeuta en donde sólo tú estés hablando”: tenían que incluir una dimensión corporal porque era muy bueno con los choros. Y eso no tiene que ver con tener bipolaridad, pero él lo era. Era como un constante performance.

 

Y el tratamiento clínico ¿lo suspendía o no era el tratamiento correcto?

 

Empezó con unas pastillas. Fue como dos, tres veces con el psiquiatra. Después dejó de ir y dejó de tomarse las medicinas. Las tomaba un mes sí, tres meses no, a veces las retomaba... Realmente nunca siguió un tratamiento.

He sabido que quienes más sufren son ellos, los enfermos. Sin embargo, llama la atención que a pesar de esa “conciencia”, de esa sensación, de lo doloroso que puede ser, son muchos los casos en los que realmente nunca se ayudan a sí mismos para establecerse. Es increíble saber que una persona puede sentir tanto dolor y que ese mismo dolor impida que se ayude a sí misma. ¿Hubo cosas que le hicieran decir “ya no quiero estar así”?

 

Hubo un par de proyectos importantes que no alcanzó a terminar. Entonces otros amigos se metieron a poner pedazos de música para que quedara algo. Ahí dijo que se iba a tomar las pastillas, que iba a trabajar más. Se tomaba las pastillas unos días y después las dejaba de nuevo. Fueron como dos veces donde dijo estar harto de sentirse así

 

Entonces no llegó un punto en el que siquiera supieran si el tratamiento era el indicado o no.

 

Exacto. No. No. Él creía que el efecto era rápido y no tenía paciencia. Luego notó que las pastillas lo ponían en un nivel muy plano, ni muy arriba ni muy abajo. Empecé a leer libros, blogs, intentando saber cómo tratar con todo. Al final era sólo esperar a que se deprimiera y contar con que no se aventaría de un puente.

 

Ese tipo de pensamientos ¿pasaban por su cabeza o no llegó ese punto? 

 

Creo que tuvimos mucha cercanía y jamás sentí que él quisiera matarse. Pero algo curioso es que, por ejemplo, tenemos dos amigas cercanas y ambas han tenido problemas, han pensando en el suicidio en serio. A una de ellas le daba pánico de que mi ex se fuera a matar, pero la otra era más “como yo”. Obviamente no quería que se suicidara, pero no tenía idea de lo que pasaba por su cabeza. No lo entendía y sigo sin entenderlo. Él decía que se quería matar pero sólo a ciertas personas: sus papás y algunos amigos. Como te digo, era muy performer. Nunca sentí que él estuviera en ese punto, nunca sentí que quisiera matarse.

 

Ni te lo dijo…

 

No, a mí no. Pero a otras personas sí. Lo hizo en ciertas situaciones.

 

Eso lo ves ahora, pero en su momento ¿no sentiste miedo?

 

No. Bueno... hubo un par de veces que sí. Le dio un ataque. Se puso a romper cosas. Se arrancó la ropa, rompió espejos, no paraba de llorar. Esa vez me asusté mucho. Yo llevaba dos, tres años fuera y en ese momento pensé “me regreso o me salgo de aquí”. Me dio miedo que me hiciera algo. Pensé “me da un madrazo y aquí me quedo”. Le dije muy en serio que yo no quería mantenerme así. ahí. Pasó dos, tres veces, pero muy al principio de la relación. Me prometió que no volvería a pasar.

Eso antes del matrimonio.

 

Sí.

Pues eran ya focos rojos súper claros ¿no?

 

Claro. Es que, te digo, no sabía nada. Te das cuenta de lo desconocido que es el trastorno. No se habla, pero ¡cuánta gente necesita ayuda! A la fecha, su familia no acepta su trastorno. Para la mayoría se trataba de crisis aisladas y adjudicadas a ciertos acontecimientos, pero nunca un trastorno, nunca una enfermedad.

¿Nunca pensaste en darle las pastillas a escondidas?

Pensaba que necesitaba pasar por esos periodos para que él mismo quisiera ir a terapia y tomar lo necesario. No pensé en empujar para eso. 

¿Qué fue lo más difícil de vivir con una persona así?

 

El hecho de que estás a lado pero al mismo tiempo hay una distancia enorme. Es estar en otro plano. Dejé de compartir cosas. Dejé de tener una relación y empecé a vivir con una preocupación. Tenía un paciente. El problema no era el trastorno, sino que el trastorno no fuera aceptado. Es como ir atrás recogiendo pedazos para que no se caiga todo. Estás junto pero no estás junto. Estás con alguien pero separada. Es como una soledad acompañada, sin un marco para entenderla.

Un paciente que ni sabes cómo tratar ni quiere ser tratado. Percibo una impotencia por tener una responsabilidad que no sabes cómo asumir y ante la cual cualquier intento tampoco es bien recibido.

 

Llega un punto en que nada se pone mejor. Pero tampoco pensaba “ya estoy harta, lo voy a dejar”. Por eso su affair y el divorcio fueron una bendición. No me hubiera salido de ahí aunque estuviera harta, porque ¿cómo iba a dejar a alguien enfermo?

Y ¿tú tuviste etapas de depresión?

Sí. Hubo varias veces que tuve que ir a terapia porque tenía ataques de pánico. Yo lo atribuía a que estaba lejos, a que mis abuelos y mi mamá estaban enfermos, y lo de aquí no ayudaba. Hubo un periodo en el que no podía dormir. Eran momentos en los que estaba aterrorizada: no iba al trabajo, no salía de casa. Era como una agorafobia: me quedaba frente a la puerta viéndola, dentro del departamento, sin poder salir. 

Esos periodos ¿qué tan largos?

Un mes, dos-tres meses.

Lo que me sorprende es que no lo tengas tan presente. Hablas y eres mucho más consciente del dolor de él, o respecto a él, que del dolor que se pudo generar en ti.

Sí. ¡Órale! Pues... sí. Pueden ser varias cosas: una, la cuestión cultural de que estamos “entrenadas” para concentrar la atención sobre el hombre y ponerse una en segundo plano. Pero la otra es que él tuvo un diagnóstico, lo mío fue momentáneo y pues pensaba que eso pasa y ya. Pero no: tienes razón. Sí estuvo duro.

bottom of page