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mi cuarto, mi comedor, mi casa era un concierto

Éramos aficionados al mundo de los pájaros. Allí hay bastante cultura de eso. Los sacábamos a la calle para enseñarlos entre amigos, para competir entre nosotros. Cuando más los sacas y más los cuidas, más cantan. Silvestrismo, se llama. Es la afición a tener pájaros, pájaros cantores. Hay que estudiar en qué condiciones crecen mejor, cómo adaptarlos a la jaula, qué dieta mantenerles: todo para que canten más. El pájaro que más canta es el que más vale.

 

¿Quién empezó con eso en tu familia?

 

Yo. Algún tío tuvo algunos: yo les conseguía pájaros a mis tíos. Pero en mi casa empecé yo, con un mi vecino Joaquín. Él me llevó a comprar mi primer pájaro.

 

¿Qué edad tenías?

 

Doce o trece años.

 

¿A los doce años quién quiere un pájaro? No es muy común que a esa edad surja afición por competir teniendo pájaros.

 

En mi barrio, en el ambiente más callejero, se llevaba eso. Yo no era el niño especial que iba con pájaros: muchos de mis amigos tenían y en mi zona había concursos. Había bares especializados en donde se hacían concursos todas las semanas. Daban una pata de jamón para el primer lugar y dos botellas de vino para el segundo lugar, o cosas así.
     En la estación de tren de mi pueblo había un mercado ilegal: se vendían pájaros, se intercambiaban, se apostaba. Lo vi desde pequeño. Veía a los mayores de mi barrio tener pájaros y yo quería tener los míos. Supongo que era lo guay. Te vas aficionando, metiéndote cada vez más en el mundillo. Entiendes más cómo se hace cada cosa: desde las semillas que les tienes que dar, hasta alterar el agua cuando se te ponen malos.
     Usamos cuatro razas. El jilguero, o cadernera en catalán; el verderón o verdún; el pardillo y el pinzón. Son pájaros cantores de aquí. Hay que tener su jaula limpia; ponerlos al sol pero no dejarlos mucho tiempo porque se pueden morir del calor. Hay que sacarlos en la jaula con una funda e ir haciendo un movimiento con la muñeca mientras vas andando; ese movimiento simula el vaivén que hace la rama cuando el pájaro está en el árbol, así se acomoda y se habitúa a la jaula. Pasearlos es muy importante. Lo difícil es eso: tienen que estar muy acostumbrados al espacio para cantar bien.

 

Los capturan, me imagino.

 

Los capturan. Es muy difícil criar esos pájaros en cautiverio. Se puede, pero es difícil.

¿Competiste?

 

Sí, pero más informal. Para la competición se cogen pájaros de la misma especie: machos todos, porque el cante que hacen es el cante del cortejo, del apareamiento. Entonces, se ponen las jaulas unas a lado de otras tapadas: los pájaros no se ven entre sí. De golpe se levantan las tapetas, ellos se ven y empiezan a hacer cantes. Está la marcada y luego está la pegada.
     La marcada es, digamos, “el paso previo”. Los pájaros muestran su poderío frente a otros machos y la marcada es lo que hacen antes de eso. La pegada es el cante completo: hacen una rueda y cuando terminan se ha hecho una pegada. Pueden hacer dos, tres, cuatro, cinco. El que hace más, gana. Es algo sonoro pero también hacen movimientos: hay pájaros que agachan las alas, otros que alzan la cola, que se tiran contra la otra jaula y aletean. Era muy bonito ver los diferentes tipos de pegada. 
    Ahí en mi barrio todo era ilegal. Podías apostar, vender. Yo no, nunca. Los mío era más como simple aficionado. Pero había gente que vendía pájaros por mil, dos mil euros y más. Hay gente que los robaba: yo tenía amigos que robaban pájaros porque, claro, todo lo que vale dinero es susceptible de robo. Entonces cuando la gente sabía que en tal casa habían muchos pájaros pues…

Sobre todo los niños: se saltaban y los robaban. Luego los vendían. Yo nunca robé pájaros. Tampoco me robaron. Lo que sí es que me quiso pegar mi vecino, que era de los mayores del barrio, y era chungo. El Musgo, lo llamaban. Un amigo mío le robó los pájaros a su padre mientras yo estaba de vacaciones, pero estuvo mucho tiempo queriéndome pegar porque pensaba que había sido yo. Pero no, nunca robé pájaros. Alguna vez negocié con alguien que sabía que los robaba, eso sí.
     Me gustaban mucho pero me empezó a dar lástima. Dejé la afición porque me di cuenta que no está guay meter pájaros en jaulas. 

 

¿Cuánto tiempo te duró la afición?

 

No lo sé. Años. Empecé a los doce, trece, y acabaría a los dieciocho o veinte. No recuerdo bien cuándo tuve mi último pájaro. Fue un proceso lento. Ahora me gusta verlos. Lo echo un poco de menos pero creo que ya no podría tenerlos.

¿Has visto silvestrismo recientemente?

 

Lo que pasa es que ahora hay mucho menos. Te hablo de esa época en la que en mi barrio estábamos todos los niños con pájaros. Jóvenes todos. No teníamos trabajo, no estudiábamos: no hacíamos más que fumar porros y estar en el parque con nuestros pájaros.
     Íbamos a un parque, poníamos clavos en los árboles y colgábamos todas las jaulas; nos fijábamos cómo cantaba cada uno, les dábamos baños de agua... Ahora ya no hay eso. Se puso la cosa seria porque era caza furtiva. La policía empezó a ir a los sitios donde había venta, empezó a haber repercusiones, a tener presencia en los periódicos. Poco a poco todo se puso tenso. Ahora puedes tener una licencia para poder cazarlos, claramente con unos límites

 

¿Aprendiste a capturarlos?


Claro. También. Hay varios modos. Está la “red japonesa”, que es una red clásica en la que, cuando pasan, se enganchan. Esa es súper ilegal porque ahí coges de todo. Luego está “la liria”; para esa técnica debes poner agua, alpiste y comida que sepas que le gusta a la especie de pájaro que quieras capturar. Lo dejas una, dos semanas ahí para que ellos empiecen a frecuentar ese lugar, luego pones unos palitos con un pegamento (que se llama liria) y el pájaro se queda enganchado porque el peso del palo le impide volar. Luego está “la red de tiro”: es el mismo procedimiento de alimentarlos, pero un día te escondes con una red que se acciona tirando de una cuerda; te haces un cobertizo de cañas y miras por un agujerito. Eso era muy guapo: ver que los pájaros bajaban a comer y, en ese momento, tirar. 
    Nos quedábamos toda la mañana ahí: desde que era de noche nos metíamos agachados, con una cervecita y unos cigarritos. Siempre con tensión porque si nos pillaba la policía era una multa gorda. Pero tampoco cacé muchas veces. Sabía cómo se hacía y lo he hecho, pero había profesionales de eso. Yo casi no capturaba. Sobre todo compraba o intercambiaba, y alguna vez me regalaron alguno. 

¿Quién te enseñó?

 

Los del barrio. Te digo que no era nada rara la afición. Creo que es una cosa del sur, sobre todo. Creo, eh. Es teoría mía. Pero, claro, como la zona de Cataluña donde crecí está llena de gente del sur que emigró, pues se creó mucha cultura. Aquí en Granada he visto también afición. En Marruecos también tienen jilgueros. No sé si los usen para lo mismo, pero tienen jilgueros en jaulas. 
     Tuve las cuatro razas y, aunque no me llegué a gastar mucho dinero en un pájaro, los hacía muy buenos. Me llegaron a ofrecer doscientos euros por uno, pero no los podía vender. Les tenía cariño. Yo no valía para los negocios. Me gustaba mi pájaro y no era capaz de venderlo porque cuando tenía uno bueno por cómo lo había entrenado, me daba lástima venderlo después de todo el trabajo: tú al pájaro lo haces bueno, le enseñas.

¿Cómo los entrenabas?

 

Cuanto mejor cuidado le tengas, más va a cantar. Cuanto más baño, más paseos, más puestas al sol (sin excederse). Por las noches tenerlos a una buena temperatura; cuando tienen el cambio de plumas, cerrar la funda y dejarlos a oscuras; ponerles ajo y medicamento en el agua, alterarla para curarlos. 
     Mira, me levantaba por la mañana y les sacaba al balcón a que les diera la luz de la mañana, porque por la noche los metía para que no pasaran frío. Luego, en los mejores días, quedaba con algún amigo y nos íbamos al bosque a algún punto en donde ya teníamos árboles con clavos: ya estaba todo puesto para que los nuestros escucharan a otros pájaros cantar en su hábitat. Si hacía mucho sol, llevaba un fris fris [atomizador] con agua y les pegaba un bañito. Es curioso: se limpian las plumas porque les gusta verse bonitos. Para la comida íbamos a una pajarería especial a comprarla y, según el momento del celo en que estuviera el pájaro, le daba una mezcla de alpistes más fuerte o más floja. 
    El pájaro también da indicaciones. Muchas veces yo no sabía qué era lo que le pasaba a alguno de mis pájaros y se lo llevaba alguien que supiera más. Entonces ya me decían mira esto, tiene los ojos así, eso quiere decir que está picao. Tiene demasiada vitamina, quítale un poco. Le tienes que dar ahora cardo, o bizcocho (no era bizcocho, bizcocho: eran vitaminas especiales). Cuando eran pájaros pequeños les daba unas vitaminas para que les saliera el rojo de la cara más granate.
     No sabría decirte cuál de las cuatro razas era mi preferida. La más común y el cante más bonito es el jilguero, pero a mí me gustaba mucho el cante del pardillo. Y el del verdún también. Es que me gustan todos. El pardillo tiene un cante muy bonito, pero es un pájaro más arisco. Ése y el pinzón son pájaros a los que les cuesta más adaptarse a la jaula. Les ponía CDs de canto: hay unos especiales para que aprendan a cantar. Sí, sí. Es que es una cosa que va rozando el frikismo.

     O sobrepasándolo: hay Asociación Nacional de Silvestrismo. No es una cosa de niñatos. Hay asociaciones de gente que lo estudia, gente que de verdad dedica su vida a eso. Por eso hablo de cultura, no de una moda pasajera. Para la gente que nunca lo ha visto es súper curioso, porque, te digo, yo paseaba a los pájaros y la reacción es siempre la misma: ¿por qué paseabas pájaros? Joder, pues tiene su sentido.

 

¿Cómo describirías la diferencia del cante? Creo que que sin una afición así, una no camina tan al pendiente de las aves silvestres. A lo mejor están todos esos pájaros y yo ni idea.

 

Aquí en la ciudad puedes escuchar jilgueros y verderones.

¿Lo sabes porque los has visto o porque reconoces el sonido?

 

Por las dos, pero si voy caminando y escucho a alguno, sé cuál es perfectamente. Los reconozco sin verlos. Incluso me gusta buscarlos: lo escucho y busco el árbol de donde venga el cante. Me encanta. Si algún día tengo una casa o algo, tengo el sueño de ponerles un comedero pa que vayan.
     A mis pájaros les tenía cariño. Tenía todos en el balcón y, estando en el sofá, yo sabía cuál estaba cantando. Y si cantaban dos, perfectamente sabía cuáles. Les puedo hasta hacer cantar. Veo un verderón en la calle, hago tttrrrr tttrrrr y me contesta.

 

Hacen                                                                          Eso es un verdún.

 

 

¿En serio?


Sí. Te lo juro. Y un jilguero hace                                                                        

 

A mis jilgueros les hacía pstuw pstuw pstuw y me marcaban, me contestaban. 
   

El pardillo es más difícil, ése no sé imitarlo. Y el pinzón hace un cante que imita al ruiseñor:                                                                 

 

Esos son pájaros más de frío, más del norte. 

Y si abres la jaula se van…

 

Sí, se iban. He visto pájaros de esos amaestraos a un nivel que los puedes soltar y te vuelven, pero es muy difícil: lo tienes que criar desde bebé y a palillo, que es alimentarlo con papilla en la boca. 
    Una vez estábamos en el parque, vino un jilguero y se paró encima de la jaula de nuestros pájaros. Nos acercábamos y volaba, pero se quedaba a lado y luego bajaba otra vez. Entonces fuimos a casa, cogimos una jaula vacía, se la abrimos con alpiste y él solo se metió. Se le escaparía a alguien porque era un pájaro que había estado muchos años en jaula; seguramente la vio abierta, se salió y luego, cuando vio la libertad, ya no era un pájaro hecho pa eso. Él solo se metió en la jaula.
      Hay quienes dicen que si vivieron en cautiverio ya no pueden sobrevivir en libertad. Yo de eso no sé bien, pero sé que si están muy hechos a la jaula luego ya… cuesta.

No sabrán cómo buscarse la vida por sí mismos. Como un niño mimado.

Sí, sí. Es así.

            

Al final ¿vendiste los tuyos?

 

Se murieron. Se murieron de todo. Son muy delicados. Mira, se me han muerto pájaros por dejarlos en la terraza. Con uno que se te olvide afuera en un día caluroso, se te puede morir de calor. Literalmente. O luego se inflaman y se quedan inflados. Algunos se salvan y otros no. Les dan enfermedades por mil cosas.
    Los verdunes, que son mu guarros, a veces se comían su mierda y se ponían muy malos. Les tenías que poner rejilla para que no pasaran abajo de la jaula. Y acostumbrarlos. La jaula tiene dos palos: el del comedero y el del bebedero. El pájaro no tiene que bajar: abajo es donde está la mierda. Tiene que estar en los palos, bien recto, y eso es trabajo tuyo: lograr un pájaro con buenas voces, con buen porte.
     Mi cuarto, mi comedor, mi casa era un concierto.


¿A tu madre le gustaba?

 

Mi madre me echaba la bronca, claro. Estaba la casa llena de alpiste. No le molaba porque manchaban, pero era bonito. Tuve hasta ocho, diez pájaros en mi ventana. Por la noche se quedaban dentro, a oscuras y en silencio. Mi ventana parecía un bosque. A veces con la tele, cuando los tenía bien fuertes, o cuando tocaba la guitarra, ellos cantaban. 

 

Te acompañaban. Qué bonito, ¿no?

 

Sí, sí. Te lo juro. Era precioso.


Oye, habías dicho que los pájaros hacen “una rueda completa”. ¿En su canto hay una especie de lo que en música sería un compás? Algo así como un patrón.

Sí. Los expertos te lo podrían explicar mejor, pero cada figura que hace el pájaro con “la voz”, tiene nombre. Pero, por ejemplo, en el caso de los jilgueros hacen como prrrr papapa prrrrr y luego un chí agudo, y ese chí era el final de la quedada. Mientras más veces lo hiciera, mejor. No hay un tiempo de duración: se trata de quién lo hace más y primero.
     De hecho, si tú pones un pájaro muy, muy fuerte con uno flojo, el flojo hasta se puede poner malo. O si tienes un pájaro muy fuerte y otros dos muy flojos, el fuerte calla a los otros dos, o incluso esos dos ni se atreven a cantar.

El ego aviar debilitado.

 

Claro. Finalmente se trata de dominancia.

¿Las hembras cantan?

No necesitan cantar. Marcan un poco: pipi pi ri pí, pero no necesitan impresionar a nadie.

Cualquier parecido con la realidad…

Es verdad, es así. Pero no creo que a las niñas del barrio les impresionara todo eso. Era más entre nosotros, colegas hombres. No se ligaba con la afición pajarera. Con tus amigos podías intercambiar pájaros. Luego, claro, había riñas. Todo entre colegas.
    Si se enteraban los de otro grupo que yo tenía un pájaro bueno, pues me lo querían quitar. Se intentaban trepar al balcón o robártelo cuando lo sacabas a la calle. Una vez me quisieron quitar uno. Qué pájaro más guapo, qué pájaro más guapo… me cogieron la jaula un poco y tuve que tirar e irme. Ya me iban a pegar.
    Luego yo hablaba mucho con abuelos: los viejitos que sabían un montón. Pero eran unos zorros, porque te enseñaban y a la vez te querían timar. Tenías que ser listo, si no… Uy, este pájaro se va a poner malo y tú no lo vas a poder salvar, si me lo cambias por éste… y lo que querían era quitártelo porque veían que era bueno. Tenías que estar espabilao. Aprendías a estarlo. 

Lo típico es el fútbol o cosas así, pero me parece precioso que se reunieran para pasear pájaros, aunque fuera en un plan de a ver quién tiene el mejor. Y dentro de lo ecologistas que nos podamos poner, es un pasatiempo mucho más bonito que otros. El pájaro como punto de partida para toda una serie de relaciones. 
 

Hubo una época en que los pájaros eran una parte muy importante de nuestro día a día. Tú imagínate: no teníamos ni dieciocho años. Íbamos a buscar a un amigo, que sí tenía dieciocho y era el único con coche, y con él nos íbamos a pueblos de por ahí a ver zonas que creíamos que podían tener muchos pájaros, para preparar zonas de captura. Nos encantaba tener pájaros de otros lados: del mismo tipo pero que supiéramos que eran de otro lado. Tenía un jilguero que era de Murcia, otro de Jerez… a esa cadernera la llamaba La Jerezana: tenía un madroño más granate, precioso.​

Si te llevo al monte ahora ¿haces una trampa?

Lo de la red de tiro no sabría montarla porque iba con gente que sabía más. Esa tienes que montarla bien porque si no luego tiras y no se cierra. Lo de la línea sí, porque es ponerles comida y esperar. Una vez lo puse en mi pueblo y se enganchó una ardilla en vez de un pájaro. La ardilla se llevó los palos (porque esos pesan pa los pájaros pero no pa la ardilla).
    Era bonito, desde el punto de vista de que en esa etapa yo no estaba condicionado ética o moralmente. Tengo recuerdos muy bonitos y lo echo de menos, pero ahora ya no me sería viable. Empecé a preocuparme más. Pero lo echo de menos. ¡Es que es jodido, eh! Es un dilema. De hecho, cuanto más hablamos, más me dan ganas de volver a tener uno.

 

¿Esas aves migran?, quiero decir, ¿el de Murcia pudo haber estado mucho más lejos de allí?

Creo que no, pero sí que los hay por todos lados. He visto jilgueros en Grecia y en muchos lados. Los que están en zonas más frías suelen crecer más. Pero son todos muy delicados. Tenía un amigo que tenía uno de ocho años. Como mucho, a mí me habrán durado dos o tres años.

Lo cuentas como si fuera un hobby de lunes a lunes, ¿estudiabas?

Bueno… sí. A ver, estudiar, estudiar, muy poco. A los dieciséis dejé el instituto un año. En esa época no había trabajo, no había nada. Todo el día estábamos en la calle. Pero cuando iba al colegio comía en casa, y así comía, así cogía a mis pájaros y me salía.
     Los domingos por la mañana era el día de ir a la estación. Ahí estaban todos con sus aves. Podías comprar, intercambiar, conocer gente. Eso era la estación de Barberá. Había un muro lleno de clavos, llenísimo, un muro entero repleto de jaulas: te estoy hablando de miles de pájaros. Era una concentración. Venía gente de todos los pueblos de a lado.
     La policía cortó eso. Está el muro, pero nada más. Ni sé si están los clavos. Podría ir a mirarlo. Molaría pintar algo ahí, algo relacionado. Que se le hiciera un homenaje a eso. Molaría.

 

Podrías convocar a artistas catalanes.

Eso era más de charnegos, no de catalanes. Antes se hablaba de "los franceses", de los republicanos que se fueron a Francia y volvieron. Pero el charnego es el descendiente de andaluz que se fue a Cataluña.

Oye, y la música. Empezaste a tocar muy chico, ¿crees que el ambiente haya influido?

¡Hombre! El ambiente de charnegos, de toda la vida. Empecé a los catorce. Mis tíos escuchaban Los Chichos, en casa mi padre tenía algún disco de Camarón. Pero el más flamenco siempre fui yo. Jugábamos a doblar las palmas, a tocarlas con los pájaros ahí colgados. Gente de barrio al máximo.

* Charla con Carlos Oliva

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