top of page

a lo mejor si el agua está en calma es porque así tiene que estar

Todo empezó, al menos en un nivel más denso, cuando acabé la carrera de arquitectura. Esa carrera fue un subibaja de emociones, de estrés, de exigencia, de cambios en los patrones de mi sueño... Para mí fue un parteaguas grande, porque cuando salí –tardé seis años y medio– fue como liberarme de un largo trayecto, sobre todo de mucha exigencia. 
     Me vino un burn out, le llaman. Todo el cansancio y el estrés que había estado sosteniendo tanto tiempo, se liberaron de mi cuerpo, pero a tal grado que fue incontrolable. Me empecé a sentir siempre exhausta, empecé a tener movimientos hormonales. Y primero era como ah, estoy cansada, pero eso se empezó a prolongar y a prolongar y a prolongar. Pasó un mes y seguía desequilibrada. Ahí fue una primera etapa de
depresión, y en algún punto eso empezó a combinarse con ansiedad. Yo nunca había vivido algo así, entonces era muy difícil identificar lo que estaba pasando en mi cuerpo.
     Por ejemplo, iba a clases de baile y con el hombre que me tocara practicar –porque bailábamos en pareja– sentía que me iba a atacar, me sentía… súper… no sé, nunca había tenido una crisis de ansiedad. Mi primer episodio de ansiedad fue en esa época. Tenía veinticuatro años. Ésos fueron los primeros indicios. Lo considero un proceso que tuve que vivir para reconectar con mi cuerpo y con mi corazón: había estado mucho tiempo “desentonada”. Fue un proceso duro, pero también llegaron muchos regalos.

 

Regalos, ¿en qué sentido?

 

Acababa de terminar con todo el paquete que me habían dicho que tenía que hacer, y ahora, ¿qué? ¿Ahora hacia dónde tenía que caminar? Los regalos fueron lo que surgió de esa búsqueda: ¿quién soy verdaderamente?, ¿cuáles son mis máscaras?, ¿de qué me he escondido?

 

¿Cómo se manifestaba tu ansiedad? Porque creo que es algo a lo que le ponemos nombre, y aunque esté tan “claro”, al menos en experiencia propia y en la de otras personas con las que hemos hablado, son tan variadas las formas en que se manifiesta...

 

Mucho de ello derivó en aislamiento. Ver a gente me causaba más ansiedad. Era un círculo vicioso porque me aislaba, pero al mismo tiempo iba de la mano con mucha soledad en la que se perpetúan pensamientos, digamos, poco amables. La manifestación era el aislamiento y… ¿cómo lo diré? Es como un túnel donde no puedo enfocar. Espacialmente también había un efecto de decir ¿qué pex? Estoy acá, pero no estoy, ¿me explico?

     Igual tuve efectos psicosomáticos, manifestados físicamente en el cuerpo. Mi estómago estaba desajustado, tenía diarrea prolongadamente, y eso también empezó a ser un círculo vicioso. 
 

¡Y, luego, en ti, que eres poco garnachera!

 

Sí, y también tuvo que ver justo con cuestionarme muchos ideales: es decir, ¿qué significa “comer saludable” si mi cuerpo no está pasándola bien? Fue romper con muchos paradigmas. En esa época estaba comiendo muy poca carne, pero si necesito esa proteína, pues ¡proteína pa’ dentro! Fue una reconstrucción.

Pero todo ese “mapa”, ¿lo construiste y nombraste tú sola, o estabas yendo a terapia? ¿Hubo alguien que te ayudó a aclarar todo, a saber cómo atenderlo?

¡Pasé por todo, tú! Primero fui con una psicoterapeuta, pero de ésas de quienes sientes cero empatía: me decía cosas como no tengas miedo, sé valiente. Sentía más ansiedad cuando salía de sus sesiones. Entonces hubo procesos de acompañamiento, y ése en específico no me funcionó. Después tuve otro que sí fue enriquecedor, y en el que pude empezar a nombrar lo que me estaba pasando sin creer que era el fin del mundo: pude ir reconstruyendo poco a poco mi vida cotidiana, desde lo más chiquitito.
     Porque todo tenía mucho que ver con dudas existenciales y espirituales sobre lo que estaba bien, lo que estaba mal. Era ir resignificando eso, pero aterrizado en la vida cotidiana, sin despegar una cosa de la otra. Y sí, necesité un montón de acompañamiento. Desde eso, hasta cuencos, meditaciones, yoga, flores de bach, homeopatía: todas las terapias alternativas habidas y por haber. Estoy buscando prescindir totalmente de medicinas, aunque tampoco tengo miedo a tomarlas (de nuevo). Si se necesita, lo haré, pero si puedo evitarlo, mejor. 
     También he asumido la “necesidad” de aislarme de vez en cuando, pero sin perder el contacto con la gente que quiero. Justo ahora estoy en una etapa en la que fomento estar en contacto, estar presente. Quizás no reunirme, pero tampoco retraerme como otras veces. He comprobado que el contacto con otrxs es necesario para la vida humana. 

Las clases de baile que mencionaste, supongo que eran de danza africana, que sé que te encanta…

 

No, a ésas dejé de ir por lo mismo: no quería encontrarme con ciertas personas. Las otras eran clases de bachata, y eso implicaba estar expuesta porque tenías que ir rotando parejas, entonces pasabas, literalmente, por todas las personas que estaban ahí. Empecé a sentir mucha incomodidad, al grado en el que un día me fui de la nada: solté a la persona con la que estaba bailando, agarré mis cosas y me fui. Mi sistema estaba alerta, sentía que algo me iba a pasar, ¿sabes?

     Otra manifestación tuvo que ver con sentir una exigencia muy fuerte hacia mí misma. El saber que no estaba al cien me hacía decir tengo que estar bien, pero no estoy bien, ¿cuánto me va a durar? Y eso origina una círculo en el que todo se perpetúa. Permanecía todo el día, todos los días, sintiéndome así. Y cuando volví a las clases de danza africana, fue una gran medicina. La danza fue una gran medicina. Esa danza. 

 

Por eso te lo preguntaba. La danza suele ser muy catártica, pero además el tipo de danza, lo que implica la danza africana, imaginaba que podía haber servido.

 

Sí, bueno, todo esto que te cuento fue el primer periodo en mi vida en el que conocí la depresión y lo que era sentir ansiedad por primera vez. El otro fue cuando nos conocimos, ¿te acuerdas? A finales de 2018, ya después de haber trabajado un montón y estar año, año y medio muy bien, tuve de repente más ataques de ansiedad. Y la memoria, es decir, recordar lo que me había pasado la vez anterior, empezó a generar más ansiedad. Pensar no mames, estoy cayendo en un vacío, todo se está repitiendo. Y ahí está la mente, que es bien canija, repitiendo el patrón. No fue al mismo grado que esa primera etapa, porque al saber lo que significa, de cierta manera puedes ver un poquito “desde afuera”. No me sentía hundida, y ya sabía en qué hoyo había caído antes. Sabía que había una manera de salir de él aunque no viera muy claro cómo.

Claro. No vas tan a ciegas.

 

Exacto, y otra cosa importante es que esto lo viví acompañada de gente muy cercana, pero con mucho miedo y mucha pena de que más se enteraran. Tenía ese estigma que me impedía reconocer lo que pasaba; no podía decirlo, o decirlo sin pensar que estaba loca, que no sólo me pasa a mí. Eso me ha tomado un chorro de tiempo. Por eso decidí compartir, necesitaba expresar mi experiencia. Creo que es importante visibilizar todo esto.

 

Ese bucle o ciclo parece que es de pensar sé que estoy mal, y sé más o menos lo que tengo que hacer para salir, pero luego no puedo hacerlo, entonces te angustias más... De eso, y de no saber si las otras personas lo viven de la misma manera, o si en ti se potencian los cambios (es decir, ¿estará mi mente exagerando todo? ¿La gente lo vive así y es que yo lo racionalizo de más, o realmente mi cuerpo está reaccionando “anormalmente”?)

 

Sí, es una sensación como… es no poder explicar lo que estás viviendo internamente, que es… pues, sí, muy inexplicable, por más que trates de expresarlo. Y sí creo que hay una cuestión importante de voluntad, que la segunda vez tenía mucho más clara: sabía que hay un poder de decisión que no lo es todo, pero que puede ayudar. La primera vez fue como alguien sáqueme de aquí, que yo no puedo. Y la segunda fue justo esto: sentir la imposibilidad de explicarlo, pero al mismo tiempo tener la herramienta de decir de aquí saldré, y por ahora puedo sola.

 

Corporalmente, ¿hubo alguna parte que sintiera más todo esto? ¿Crees que estas sensaciones se concentraban en una zona de tu cuerpo?

 

Podría ser que el estómago. Sí, las dos veces el estómago era un reflejo muy grande. Mucho ardor; sentir un movimiento de ardor, como una guerra interna. Y en el pecho, donde está el corazón. Aunque ahí era más emocional, y en el estómago más físico.

 

Una constante entre muchas de las personas con las que hemos platicado, es la idea de que en su vida no hay problemas “reales”. Quiero decir: todxs los tenemos, pero pensar que no hay algo fundamentalmente “fuerte”…

 

Muchos de estos procesos vienen justo de ahí, lo típico: has tenido todo: un techo, un hogar, comida, todo está bien, ¿por qué algo tendría que desajustarte? La primera vez sí era muy claro que venía de un cambio en particular, pero la segunda, no: la segunda vino después de una etapa en la que yo sentía que todo estaba en orden en mi vida, todo estaba calmo. Y pensaba ¿por qué de un momento a otro no me siento bien? ¿Por qué estoy flat?

 

Como cuando el agua está muy en calma, pero en realidad sientes todo, menos calma.

 

Estamos muy acostumbrados a querer vivir en la exaltación, y parte del aprendizaje también ha sido saber vivir en esas pausas: si así estás ahorita, pues así estás, y no hay que tratar siempre de luchar con eso porque precisamente la lucha es lo que hace que esa agua diga ¿qué pedo? A lo mejor si el agua está en calma es porque así tiene que estar ¿no? Pero creo que a veces lo problemático viene al enganchar el sentimiento de ¿por qué me estoy sintiendo tan tranquila o tan cansada, si me estaba sintiendo bien?, con la experiencia en sí.

 

La falta de empatía con estas cosas, en buena parte viene de que tendemos a creer que la gente tiene que “estar mal” cuando algo le falta, o cuando perdió a alguien cercano, o cuando tiene una crisis económica. Pero cuando nada de eso está presente, a muchas personas no les hace clic la situación. No es algo que vaya en concordancia con nuestra lógica cotidiana: pareciera que necesitamos una relación de causa-efecto de la que surjan síntomas. Sin ese punto de partida, para muchxs no hace sentido. De ahí el ¡échale ganas!, ¿no?

Es un punto bien importante porque, al menos en mi experiencia, existió mucha culpabilidad. Es decir si no hay nada “grave”, no tengo por qué sentirme así. He trabajado justo en entender que son fluctuaciones: hace dos semanas empecé a sentir ansiedad, de nuevo; empecé a tener insomnio, y reconecté con esto de nuevo. ¿Por qué, si estoy feliz, de un momento a otro siento esto? Y empecé a luchar contra eso. A decir no me puede estar pasando esto, tengo que dormir bien, y lo que pasó fue que tuve más y más insomnio. En fin, llegó un punto en que decidí hacer las cosas diferentes, porque no puedo luchar contra esto: está pasando ¡y ni modo! No me voy a enganchar con que ahora toca caer al hoyo, sino que quiero dejar que mi cuerpo “hable” y libere lo que tenga que liberar. Requiere voluntad, pero en esas andamos: aprendiendo a vivir sin tomarme todo tan en serio, (cuando es posible, claro). La ansiedad la tomaba demasiado en serio, y poder hablar de ella ahora es como verla a los ojos. Es decirle sí, nos conocemos

 

¿Hay algo –o alguien– a lo que sueles acudir cada vez que sientes que te acercas a ese “hoyo”? Algo que entiendas como tu agarradera…

 

Pues, mira, he ido acoplando poco a poquito algunas prácticas de autocompasión, y me han servido mucho. Es entrenar a tu cuerpo y tu mente para que no luchen contra lo que están sintiendo, sino que lo aceptes con amor y con compasión. Creo que hasta ahora eso ha sido la agarradera más suave y más tierna para sobrellevarlo. Es meditación, es respiración, pero no una meditación en la que buscas entrar en trance, sino en la que te das cuenta de lo que está sintiendo tu cuerpo, e intentas atenderlo sin querer removerlo: si estoy sintiendo tensión en el pecho, no respiro para que esa tensión se vaya; es decirme que aún con esa tensión, el cuerpo puede estar tranquilo. Se trata de recorrer tu cuerpo y tus sensaciones atendiéndolas lo más cariñosamente posible. Porque si con la ansiedad se alimentan ideas catastróficas, esto es justo lo contrario: atender sin engancharse. Asumir lo que te pasa, y asumirlo amorosamente.

bottom of page